Qué es lo que ha cambiado en Meta y qué podemos hacer al respecto


Hemos empezado el año con noticias alarmantes sobre Meta. Por supuesto, la alarma sobre lo problemático de que semejante gigante tenga tanto peso en nuestras vidas sociales y políticas no es nada nuevo —la imagen que encabeza este texto es de cuando estalló el escándalo de Cambridge Analytica, en 2018—, pero llueve sobre mojado y, como estamos ya en la segunda temporada del trumpismo, parece que nos lo estamos tomando más en serio.

Para empezar, hay que aclarar cómo modera Meta el contenido en sus plataformas y qué es lo que cambiará a partir de ahora. Meta puede hacer cuatro cosas para decidir qué vemos y qué no vemos en Instagram, Facebook, Threads y WhatsApp:

1. Colaborar con factcheckers


Como consecuencia de escandalillos como haber permitido la manipulación de las elecciones de EE UU y el referéndum del Brexit, o contribuir a un genocidio (el del pueblo rohinyá, en Birmania), Meta inició un programa de colaboración con entidades de verificación de noticias. La idea es aparentemente simple: cuando estas entidades independientes detectan que se está difundiendo una noticia falsa, Meta le dice a su algoritmo que lo enseñe a menos gente y le pone una etiqueta diciendo «Según el factchecker X, esto es falso porque tal y tal». Digo aparentemente porque muchas veces no es fácil decidir cuando algo es factualmente falso, o es solo un relato tendencioso (en cuyo caso no se etiqueta), pero aquí tenéis un post de Meta en 2021 presumiendo de lo bien que funcionaba. Por si lo borran, o por si queréis más rigor, esta nota de Maldita (una de las verificadoras colaborantes), que recoge evidencia científica.

Este programa, que se desplegó lentamente y siempre con mucha más diligencia en inglés que en el resto de idiomas, es lo que Zuckerberg ha anunciado ahora que se acaba.

2. Implementar las Notas de la comunidad


Las Notas de la comunidad son un mecanismo que Jack Dorsey empezó a desarrollar en Twitter y que Elon Musk ha mantenido como su principal apuesta por la democracia en X. He de reconocer que a mí el enfoque, en teoría, me gusta: se trata de que sean les usuaries de la plataforma quienes decidan si un contenido debe llevar una advertencia de que es erróneo o no. Les usuaries debaten y, cuando se llega a suficiente consenso, se publica la rectificación. En teoría, está bien distribuir el poder, entendiendo que entre miles de editores prevalecerá la versión más equilibrada. Así funciona la Wikipedia. El problema es que, en 2025, las redes sociales son otra cosa: un campo de batalla encarnizada en el que ejércitos de trols se organizan para que prevalezcan sus visiones, en el que puede ganar quien pague a más mercenarios y en el que, en cualquier caso, todo sucede demasiado rápido: para cuando una publicación anexa su nota correctora, lleva horas (o días) a la vista y el daño ya está hecho. La mayoría de las veces no llega a anexarla nunca porque no hay suficiente gente revisando, o porque no hay manera de que se pongan de acuerdo.

Estando tal y como están las cosas, dejar una plataforma al cuidado de un sistema así es un ejercicio de cinismo comparable a esperar que «la mano invisible» regule el mercado de manera justa. Pura ideología de tech-bro. ¿Es X ahora un oasis de la información veraz y el debate sano? No, obviamente. Pues en Meta tampoco va a mejorar nada con este sistema.

3. Tener normas propias y mecanismos para aplicarlas


Como todas las plataformas sociales, las de Meta siempre han tenido unas normas que delimitan qué se puede decir y hacer en ellas. Recogen lo que está prohibido por ley y además añaden otras prohibiciones que, por lo que sea, consideran deseables. Que existan estas normas es obviamente problemático porque la parte no legal la decide la empresa según sus propios valores. No obstante, gracias a mucha presión social se ha conseguido que las normas reflejen valores de sentido común democrático. Y que existan también puede ser práctico: si un tipo rándom me escribe «bollera subnormal estás enferma», la verdad es que me gusta que le borren la cuenta sin tener que ir yo a un juzgado y entrar en un proceso legal de años que además implicaría que el tipo se entere de mi nombre completo y mi domicilio.

Lo peor de estas normas es cómo se decide cuándo se aplican: Meta lleva un par de años presumiendo de que cada vez lo hacen en mayor proporción de manera automática, con algoritmos que revisan el contenido. Esto es lo que explica que al Movimiento Marica de Madrid les hayan borrado su cuenta de Instagram tantas veces y ahora se llamen «M4rika»: la palabra está clasificada como un insulto y cuando te tiran la cuenta no puedes hablar con ninguna persona para hacerle ver que en ese contexto no lo es. En realidad, sí hay personas moderando, para algunos casos «graves» que Meta no acaba de aclarar cuáles son. La revisión la suelen hacer personas que se exponen a grandes cantidades de mierda sin que se cuide su salud mental. En Kenia ya hay cientos de trabajadores organizándose para pedir responsabilidades por su estrés traumático; en Barcelona (donde moderan contenidos de la UE porque la ley no permite que nuestros datos se procesen fuera), un juez acaba de sentenciar que el trastorno mental de un moderador de Meta es un accidente laboral.

La censura de contenidos en función de normas va a seguir adelante en Meta. No pueden dejar de hacerlo porque hay leyes que les exigen vigilar que no se incumplen leyes en sus plataformas. Lo que pasa es que Meta está cambiando su conjunto de normas y quitando aquellas protecciones extra que incorporó para colectivos vulnerables, como las personas LGTBIQA+. Por ahora solo ha habido cambios en EE UU, ya veremos lo que tardan en el resto del mundo, pero el caso es que a partir de esta semana si el tipo rándom citado arriba vive en EE UU puede decirme «bollera subnormal estás enferma» sin ningún problema.

Otro anuncio de Zuckerberg es que va trasladar el equipo de Trust & Safety, el que se dedica a revisar estas normas, de California a Texas. Teniendo en cuenta cómo está el panorama para personas LGTBIQA+, racializadas y mujeres en Texas, ya sabemos quiénes no van a querer hacer esa mudanza y abandonarán el equipo. Más allá de la jugada de reestructuración laboral, lo hace para regirse por las leyes de ese estado, que igualmente no son muy amigas de proteger a estos colectivos.

4. Controlar el algoritmo de recomendación


En las redes sociales, el algoritmo de recomendación es un mecanismo opaco que decide qué muestra y qué no según un conjunto de reglas que no conocemos. A veces, las propias empresas nos cuentan algunas de estas reglas, pero nunca podemos asegurar que lo que nos dicen sea cierto porque no hay manera de auditarlas. En 2018, Facebook nos contó que iba a reducir la visibilidad del contenido político. Otras veces, nos enteramos por proezas del periodismo de investigación. En 2021, una exempleada filtró un montón de datos escalofriantes que ya hemos olvidado porque no nos da la cabeza para tanto disgusto, pero aquí dejo el link por si quieres repasarlos; acabamos de saber que hace año y pico Zuckerberg se rompió un hueso, publicó una foto desde el hospital, recibió poco casito porque el algoritmo reducía la visibilidad del contenido sanitario para evitar fake news pandémicas, se enfadó y mandó alterar esa regla.

También sabemos, por observación e investigaciones externas aunque no hayamos visto documentos explícitos, que Meta reduce el alcance del contenido en apoyo al pueblo palestino.

Esta semana nos ha prometido Zuckerberg que el contenido político volverá a ganar relevancia. Pero, ¿todo el contenido político o el que a él le apetezca? Viendo lo que ha hecho Musk con X, lo segundo es una sospecha muy razonable. Y es especialmente preocupante si tenemos en cuenta que, reducidos los mecanismos de moderación, el algoritmo será todavía más central para determinar la experiencia en sus plataformas.

Por qué Meta hace esto ahora


Mucho se ha escrito sobre esa conversión de Zuckerberg al trumpismo. En noviembre ya lo adelanté, pero la verdad es que no esperaba que fuera tan rápido y tan burdo. Solo esta semana, además de anunciar los cambios de moderación, Zuckerberg ha fichado a Joel Kaplan, exasesor de George W. Bush y próximo a Trump, para ponerlo al frente de las relaciones globales de Meta, y ha ido al podcast de Joe Rogan a lloriquear por las exigencias que le ponía la administración de Biden. En ese podcast, además, ha aprovechado para pedirle a Trump que le defienda de las sanciones y el control de la Unión Europea.

La jugada está bien clara y vuelve a dejar claro también que Zuckerberg es un cretino que se pondrá en el papel que haga falta en cada momento para que a su empresa le vaya lo mejor posible. Hace tiempo que Meta está en decadencia, TikTok le ganó la batalla de las redes y Microsoft la de la IA, así que parece decidido a recuperar terreno haciéndose amigo del mayor jefe. En el New York Times lo resumen así: «Esto es lo que ocurre cuando una empresa madura se queda sin ideas e intenta seguir dominando a través del dinero y el poder político».

Qué podemos hacer nosotres


Decía al inicio que parece que ahora nos estamos tomando el problema de las grandes plataformas más en serio. Aunque llevemos mucho tiempo viéndoles las costuras a Musk y Zuckerberg, tengo la impresión de que en el último mes hay más gente realmente decidida a priorizar la búsqueda de alternativas.

Yo trabajo como consultora de comunicación (aquí) haciendo, entre otras cosas, diseño de estrategias digitales para proyectos sociales. Hace un mes, participé en la apertura de un proceso liderado por Lafede.cat en el que varias organizaciones catalanas van a repensarse su relación con la comunicación digital. En los últimos días, nos han llegado más preguntas sobre qué hacer al respecto.

Creo que la salida tiene que ver con cultivar lugares digitales que no dependan de las big tech. No irnos de Meta, o de X, a la próxima gran red social, porque no la habrá y porque nada creado bajo ese marco va a ser un espacio seguro. He escrito mucho sobre eso (incluso un libro ;), así que ahora solo voy a compartir dos enlaces sobre acciones muy concretas:

  • «Apuntes para diseñar estrategias de redes en 2025», un texto donde explico hacia dónde creo que deberíamos avanzar, en lo más inmediato y práctico. Está en LinkedIn, sí, porque creo que también hay que ir a contar estas cosas al sitio donde está la gente que trabaja como responsable de comunicación en organizaciones sociales.
  • La campaña «Vámonos juntas», que invita a más personas a unirse a Mastodon (o al fediverso) y comparte algunos recursos para ayudar a aterrizar en él. El próximo día 20, coincidiendo con la llegada de Trump a la Casa Blanca, las organizaciones y personas adheridas harán una acción colectiva en todas sus redes sociales.

Mastodon es un rinconcito de internet que no sirve para reemplazar a monstruos gigantescos como Meta o X: se basa en otras dinámicas y, tal y como es ahora, carece de capacidad para crecer a tal escala. No obstante, creo que para construir futuros donde quepamos todes hay que agarrarse fuerte a los pequeños lugares donde el presente ya está molando, y llevo tiempo sospechando que Mastodon es uno de ellos. Estoy participando en el colectivo que prepara la campaña Vámonos juntas y el nivel de majez de toda la gente que está colaborando para hacerla posible me lo ha confirmado.

Cuando hablo de estas migraciones en talleres o eventos, suele haber alguien que me responde «abajo internet, nos vemos en las calles». Y no, no es eso. Vale, nos vemos en las calles, si queréis, también, pero sigámonos viéndonos en internet, en lugares digitales que sean mejores.


El pan más malo que he comido en mi vida

Pan de molde. En el envase se lee: Enriched White Round Top Bread. Amazon Fresh.
Por motivos un poco rándom, escribo esto desde un lugar muy cercano a Silicon Valley. Estar aquí es como viajar al futuro en plan realista: no hay monopatines voladores, sino pequeñas experiencias tecnológicas desagradables. Recibes intentos de phishing que una IA personaliza respecto a tus circunstancias, pruebas un pan de molde marca Amazon con un sabor asquerosamente artificial, esperas en una parada de autobús mientras ves pasar waymos —el taxi sin conductor de Google— y llegas a contar 37 vacíos antes de que aparezca un roñoso autobús lento y caro… y gana las elecciones un señor ególatra, demente y fascista al que las élites empresariales han dejado pasar porque les viene bien para lo suyo.

Supe que Trump iba a ganar las elecciones este verano, cuando vi que Silicon Valley se ponía de su parte con cuantiosas donaciones. Todos los focos apuntaban a Elon Musk, que además de bocachancla es exhibicionista, y en menor medida a cómo Mark Zuckerberg gestionaba su crisis de los 40 empezando a vestirse como un bro y declarando que se arrepentía de haber pedido perdón (por cositas como, no olvidemos, colaborar con el genocidio rohinyá en Birmania o la manipulación de elecciones en Reino Unido y EE UU). Algo más determinante que ha hecho Zuck este verano ha sido cerrar CrowdTangle, una herramienta con la que investigadores independientes podían mapear los mensajes que circulan por Instagram y Facebook. Había sido útil para detectar manipulaciones orquestadas y discursos de odio. No venía bien para esta época.

No sé si entre el aluvión de noticias de la campaña se escuchó mucho que Jeff Bezos (Amazon) prohibió al Washington Post, del que es propietario, apoyar a Kamala Harris. O que JD Vance comenzó su carrera enredando con capital de riesgo junto a Peter Thiel (PayPal, Palantir y más tecnomierdas), quien ha financiado su ascenso político desde 2021. O que en X no solo Elon Musk celebró el resultado, sino que se unieron a las felicitaciones rápidamente Zuckerberg, Bezos, Pichai (Google), Altman (OpenAI), Cook (Apple), Nadella (Microsoft)… en fin, que en el valle hay mucha gente que se ha currado esta victoria y ahora está contentísima, a la espera de que sus grandes donaciones al partido republicano les den retornos.

El panorama es muy prometedor (para ellos). En su primera legislatura, Trump les bajó los impuestos del 35% al 21% y ahora pretende dejarlos en el 15%. Ya ha anunciado que sus ansias proteccionistas, con aranceles y todo lo que se le ocurra para proteger el mercado nacional, serán más duras para China. Se acabó pisarles los talones a las big tech patrias.

El día siguiente a las elecciones, Bitcoin alcanzó el mayor valor de su historia. Cero sorpresa: Trump ya dijo que dará carta blanca al mercado de las criptomonedas, para que jueguen a su dinero de monopoly y sus estafas piramidales sin que ninguna agencia gubernamental les moleste. De hecho, va a echar al actual presidente de la Comisión de Bolsa y Valores por tener demasiadas investigaciones abiertas sobre criptobros. Y, de paso, también a Lina Khan, la presidenta de la Comisión Federal de Comercio que estaba intentando hacer algo contra los monopolios de Amazon y Meta. Hay otra investigación pendiente a Apple dentro del Departamento de Justicia que supongo que tampoco tiene mucho futuro.

Paradójicamente, para la multinacional china ByteDance también hay buenas noticias: la administración Biden le iba a obligar a vender la parte americana de TikTok a una empresa estadounidense en enero, pero ahora Trump quiere dejarles tal y como están. Curiosamente, la campaña de Trump recibió una donación de 46 millones de dólares de un inversor de TikTok.

Hablando de compensaciones directas por los servicios electorales prestados, está por ver si colocan a Elon Musk como presidente de una «oficina gubernamental de eficiencia», como dijo Trump en campaña, o se queda solo de bufón mafioso de la corte… pero se confirma que los 44.000 millones que gastó para comprar Twitter y ponerlo al servicio de la causa republicana merecían la pena.

Lo evidentemente pagado que está todo en la política de EE UU es sonrojante. En este artículo del New York Times hay más datos; si no puedes evitar el paywall, este de Verdict también es buen resumen.

Una historia demasiado grande para ignorarla


Ayer terminé de leer Palo Alto. A History of California, Capitalism and The World, del ensayista marxista Malcolm Harris. Es ante todo un libro de terror. No lo recomiendo, no por el miedo sino porque son más de 700 páginas y tienes que tener un interés casi enfermizo para tragarte tal cantidad de datos y nombres propios (yo he tardado ocho meses en acabarlo). No es ningún spoiler si te digo la conclusión final: Palo Alto, el corazón de Silicon Valley, no es un sitio del que pueda salir nada bueno y debería destruirse.

Solo leyendo sobre Leland Stanford, que fundó Palo Alto en 1894 cuando creó la universidad a la que puso su nombre, ya se ve venir. El señor Stanford venía de haber sido gobernador de California en los años en los que se masacró a la población indígena de todo el estado y tenía la misión declarada de acabar con la migración asiática (mientras importaba mano de obra barata indocumentada desde China para su empresa de ferrocarriles). Su impronta marcó escuela y, siguiendo a Harris, por eso este territorio es fértil en prototipar ideas chungas que se extienden después como pólvora: el eugenismo y el supremacismo blanco, el anticomunismo, el antisindicalismo, la japonofobia que acabó con japoneses en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, el reaganismo… y, más recientemente, el tecnosolucionismo y esa papilla chunguísima que comen los flipados de la IA a la que Timnit Gebru llama TESCREAL.

Según Harris, el estilo «move fast and break things» de los primeros años de la empresa local Facebook es en realidad el espíritu de Palo Alto de siempre: negocios enfocados al crecimiento rápido y el alto retorno a toda costa, basados en las tecnologías y el oportunismo político propio de cada momento.

Las simpáticas élites del valle empezaron criando caballos de carreras con un sistema que les hacía ganarlo todo y que les reventaran las patas al poco tiempo; siguieron desgraciando el proyecto ferroviario público de EE UU para que se lo quedara la privada Southern Pacific Railroad; crearon el think tank que consagró el libre mercado; se inventaron la bomba atómica; luego se especializaron en el desarrollo del armamento que alimentó la Guerra Fría —y vendieron armas a Irán y a los grupos que crearon para combatir la Revolución Sandinista de Nicaragua—; inventaron la videovigilancia y el espionaje a la ciudadanía; consiguieron que la informática pasara de ser un proyecto científico colaborativo al negocio de unas pocas empresas repartiéndose patentes… y, últimamente, lo de cargarse internet y de camino la democracia que ya sabemos todes. Para Harris, todo es parte de la misma dinámica.

En este siglo, hasta ahora, a Silicon Valley le ha venido muy bien parecer afín al Partido Demócrata, que abrazó el tecnosolucionismo y no ha dudado en desregular el mercado todo lo que hiciera falta para que los chicos listos no tuvieran frenos. Las administraciones demócratas también han invertido millonadas de dinero público en la investigación científica que ha dado con los avances tecnológicos a los que los capitalistas «de riesgo» les ponen un lacito y los comercializan. (Pongo riesgo entre comillas porque los llaman así pero de riesgo poco: quien invierte a fondo perdido es el estado, como explica Mariana Mazzucato en El Estado emprendedor).

«Cría cuervos y te sacarán los ojos», sería el resumen del amor que los demócratas le han dado a Silicon Valley. Evgeny Morozov lo desarrolló más en este artículo en The Guardian.

Una historia pequeñita que ojalá podamos ignorar


Ya escribí por aquí sobre las diferencias entre Mastodon y Bluesky (TLDR; lo primero es un proyecto sin ánimo de lucro, lo segundo es de Silicon Valley) y acabo de actualizar el texto con un nuevo dato: Bluesky ha anunciado que ha recibido una nueva ronda de financiación.

Esta vez, han sido 15 millones de dólares procedentes de una entidad llamada Blockchain Capital. Por si el nombre no tirará ya para atrás, si buscas quiénes participan en esa sociedad de capital «de riesgo» encuentras que se trata de expeces gordos de Twitter, Microsoft y Google y empresas que invierten en IA y criptomonedas. Esta inyección se suma a los 13 millones iniciales, que fueron desviados de Twitter por su entonces CEO Jack Dorsey, y otros 8 que les cayeron de otra sociedad de capital «de riesgo». 36 millones en total.

36 millones son muy pocos al lado de los miles de millones que se ha tragado ya ChatGPT, por citar al más mimado de la última generación de los hijos del valle. Está claro que nadie piensa que Bluesky sea un nuevo plan maléfico para dominar el mundo, porque su escala es pequeñita. Pero también cuesta pensar que quienes han puesto esos 36 millones no quieran recibirlos de vuelta, y acompañados de ganancias. Y cuesta imaginarse cómo van a mantener la promesa de ser una red descentralizada, donde cada cual puede montarse su propio servidor y conectarse con toda la red saltándose a la empresa matriz, de manera paralela a idear un modelo de negocio que recaude esa pasta.

La semana pasada, Cory Doctorow, creador del elocuente vocablo «enshitification» para describir el proceso por el que las plataformas digitales acaban maltratando a sus usuaries para extraer más beneficios, explicó esto en su blog: quienes están haciendo Bluesky pueden ser excelentes personas, pueden tener las mejores y más honestas intenciones, y el compromiso real de que Bluesky sea descentralizado… pero una vez que tienes a los capitalistas «de riesgo» detrás, es muy difícil que no llegue un momento en el que tengas que hacer algo desagradable para satisfacerles.

Ojalá quienes somos pesimistas nos equivoquemos. Me encantaría que con Bluesky no tuviéramos razón, que la gente que le está dedicando tiempo a construir allí sus comunidades después de la descomposición de Twitter no tenga nunca que arrepentirse. Pero todo lo que he leído en Palo Alto, y también lo que he aprendido sobre internet en los 25 años que llevo habitándolo, va en la misma dirección: desde hace más de un siglo, lo peor de la humanidad conspira desde Silicon Valley para extraer riqueza e imponer miseria a nivel global. ¿Cuándo vamos a plantarnos y tomarnos en serio el boicot preventivo a cualquier cosa que salga de allí?

Por favor, aunque sea para no arriesgarnos a tener que desayunar nunca ese asqueroso pan marca Amazon.

Agenda para lo que queda de mes


Dejó aquí tres cosas que voy a estar haciendo este mes de noviembre, por si por casualidad coincidimos.

  • En Errentería, el 21 de noviembre, participo en la jornada «Komunikazio libreago baterantz trantsizioan». Programa e inscripciones aquí.
  • En Alicante, el 23 de noviembre, presento Las redes son nuestras, a las 12:00, en Fahrenheit 451 Café y Libros.
  • En Barcelona, el 28 de noviembre, estoy en la jornada «Desconectando desigualdades» organizada por la Fundació Ferrer i Guardia. Programa e inscripciones aquí.


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