El pan más malo que he comido en mi vida
Por motivos un poco rándom, escribo esto desde un lugar muy cercano a Silicon Valley. Estar aquí es como viajar al futuro en plan realista: no hay monopatines voladores, sino pequeñas experiencias tecnológicas desagradables. Recibes intentos de phishing que una IA personaliza respecto a tus circunstancias, pruebas un pan de molde marca Amazon con un sabor asquerosamente artificial, esperas en una parada de autobús mientras ves pasar waymos —el taxi sin conductor de Google— y llegas a contar 37 vacíos antes de que aparezca un roñoso autobús lento y caro… y gana las elecciones un señor ególatra, demente y fascista al que las élites empresariales han dejado pasar porque les viene bien para lo suyo.
Supe que Trump iba a ganar las elecciones este verano, cuando vi que Silicon Valley se ponía de su parte con cuantiosas donaciones. Todos los focos apuntaban a Elon Musk, que además de bocachancla es exhibicionista, y en menor medida a cómo Mark Zuckerberg gestionaba su crisis de los 40 empezando a vestirse como un bro y declarando que se arrepentía de haber pedido perdón (por cositas como, no olvidemos, colaborar con el genocidio rohinyá en Birmania o la manipulación de elecciones en Reino Unido y EE UU). Algo más determinante que ha hecho Zuck este verano ha sido cerrar CrowdTangle, una herramienta con la que investigadores independientes podían mapear los mensajes que circulan por Instagram y Facebook. Había sido útil para detectar manipulaciones orquestadas y discursos de odio. No venía bien para esta época.
No sé si entre el aluvión de noticias de la campaña se escuchó mucho que Jeff Bezos (Amazon) prohibió al Washington Post, del que es propietario, apoyar a Kamala Harris. O que JD Vance comenzó su carrera enredando con capital de riesgo junto a Peter Thiel (PayPal, Palantir y más tecnomierdas), quien ha financiado su ascenso político desde 2021. O que en X no solo Elon Musk celebró el resultado, sino que se unieron a las felicitaciones rápidamente Zuckerberg, Bezos, Pichai (Google), Altman (OpenAI), Cook (Apple), Nadella (Microsoft)… en fin, que en el valle hay mucha gente que se ha currado esta victoria y ahora está contentísima, a la espera de que sus grandes donaciones al partido republicano les den retornos.
El panorama es muy prometedor (para ellos). En su primera legislatura, Trump les bajó los impuestos del 35% al 21% y ahora pretende dejarlos en el 15%. Ya ha anunciado que sus ansias proteccionistas, con aranceles y todo lo que se le ocurra para proteger el mercado nacional, serán más duras para China. Se acabó pisarles los talones a las big tech patrias.
El día siguiente a las elecciones, Bitcoin alcanzó el mayor valor de su historia. Cero sorpresa: Trump ya dijo que dará carta blanca al mercado de las criptomonedas, para que jueguen a su dinero de monopoly y sus estafas piramidales sin que ninguna agencia gubernamental les moleste. De hecho, va a echar al actual presidente de la Comisión de Bolsa y Valores por tener demasiadas investigaciones abiertas sobre criptobros. Y, de paso, también a Lina Khan, la presidenta de la Comisión Federal de Comercio que estaba intentando hacer algo contra los monopolios de Amazon y Meta. Hay otra investigación pendiente a Apple dentro del Departamento de Justicia que supongo que tampoco tiene mucho futuro.
Paradójicamente, para la multinacional china ByteDance también hay buenas noticias: la administración Biden le iba a obligar a vender la parte americana de TikTok a una empresa estadounidense en enero, pero ahora Trump quiere dejarles tal y como están. Curiosamente, la campaña de Trump recibió una donación de 46 millones de dólares de un inversor de TikTok.
Hablando de compensaciones directas por los servicios electorales prestados, está por ver si colocan a Elon Musk como presidente de una «oficina gubernamental de eficiencia», como dijo Trump en campaña, o se queda solo de bufón mafioso de la corte… pero se confirma que los 44.000 millones que gastó para comprar Twitter y ponerlo al servicio de la causa republicana merecían la pena.
Lo evidentemente pagado que está todo en la política de EE UU es sonrojante. En este artículo del New York Times hay más datos; si no puedes evitar el paywall, este de Verdict también es buen resumen.
Una historia demasiado grande para ignorarla
Ayer terminé de leer Palo Alto. A History of California, Capitalism and The World, del ensayista marxista Malcolm Harris. Es ante todo un libro de terror. No lo recomiendo, no por el miedo sino porque son más de 700 páginas y tienes que tener un interés casi enfermizo para tragarte tal cantidad de datos y nombres propios (yo he tardado ocho meses en acabarlo). No es ningún spoiler si te digo la conclusión final: Palo Alto, el corazón de Silicon Valley, no es un sitio del que pueda salir nada bueno y debería destruirse.
Solo leyendo sobre Leland Stanford, que fundó Palo Alto en 1894 cuando creó la universidad a la que puso su nombre, ya se ve venir. El señor Stanford venía de haber sido gobernador de California en los años en los que se masacró a la población indígena de todo el estado y tenía la misión declarada de acabar con la migración asiática (mientras importaba mano de obra barata indocumentada desde China para su empresa de ferrocarriles). Su impronta marcó escuela y, siguiendo a Harris, por eso este territorio es fértil en prototipar ideas chungas que se extienden después como pólvora: el eugenismo y el supremacismo blanco, el anticomunismo, el antisindicalismo, la japonofobia que acabó con japoneses en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, el reaganismo… y, más recientemente, el tecnosolucionismo y esa papilla chunguísima que comen los flipados de la IA a la que Timnit Gebru llama TESCREAL.
Según Harris, el estilo «move fast and break things» de los primeros años de la empresa local Facebook es en realidad el espíritu de Palo Alto de siempre: negocios enfocados al crecimiento rápido y el alto retorno a toda costa, basados en las tecnologías y el oportunismo político propio de cada momento.
Las simpáticas élites del valle empezaron criando caballos de carreras con un sistema que les hacía ganarlo todo y que les reventaran las patas al poco tiempo; siguieron desgraciando el proyecto ferroviario público de EE UU para que se lo quedara la privada Southern Pacific Railroad; crearon el think tank que consagró el libre mercado; se inventaron la bomba atómica; luego se especializaron en el desarrollo del armamento que alimentó la Guerra Fría —y vendieron armas a Irán y a los grupos que crearon para combatir la Revolución Sandinista de Nicaragua—; inventaron la videovigilancia y el espionaje a la ciudadanía; consiguieron que la informática pasara de ser un proyecto científico colaborativo al negocio de unas pocas empresas repartiéndose patentes… y, últimamente, lo de cargarse internet y de camino la democracia que ya sabemos todes. Para Harris, todo es parte de la misma dinámica.
En este siglo, hasta ahora, a Silicon Valley le ha venido muy bien parecer afín al Partido Demócrata, que abrazó el tecnosolucionismo y no ha dudado en desregular el mercado todo lo que hiciera falta para que los chicos listos no tuvieran frenos. Las administraciones demócratas también han invertido millonadas de dinero público en la investigación científica que ha dado con los avances tecnológicos a los que los capitalistas «de riesgo» les ponen un lacito y los comercializan. (Pongo riesgo entre comillas porque los llaman así pero de riesgo poco: quien invierte a fondo perdido es el estado, como explica Mariana Mazzucato en El Estado emprendedor).
«Cría cuervos y te sacarán los ojos», sería el resumen del amor que los demócratas le han dado a Silicon Valley. Evgeny Morozov lo desarrolló más en este artículo en The Guardian.
Una historia pequeñita que ojalá podamos ignorar
Ya escribí por aquí sobre las diferencias entre Mastodon y Bluesky (TLDR; lo primero es un proyecto sin ánimo de lucro, lo segundo es de Silicon Valley) y acabo de actualizar el texto con un nuevo dato: Bluesky ha anunciado que ha recibido una nueva ronda de financiación.
Esta vez, han sido 15 millones de dólares procedentes de una entidad llamada Blockchain Capital. Por si el nombre no tirará ya para atrás, si buscas quiénes participan en esa sociedad de capital «de riesgo» encuentras que se trata de expeces gordos de Twitter, Microsoft y Google y empresas que invierten en IA y criptomonedas. Esta inyección se suma a los 13 millones iniciales, que fueron desviados de Twitter por su entonces CEO Jack Dorsey, y otros 8 que les cayeron de otra sociedad de capital «de riesgo». 36 millones en total.
36 millones son muy pocos al lado de los miles de millones que se ha tragado ya ChatGPT, por citar al más mimado de la última generación de los hijos del valle. Está claro que nadie piensa que Bluesky sea un nuevo plan maléfico para dominar el mundo, porque su escala es pequeñita. Pero también cuesta pensar que quienes han puesto esos 36 millones no quieran recibirlos de vuelta, y acompañados de ganancias. Y cuesta imaginarse cómo van a mantener la promesa de ser una red descentralizada, donde cada cual puede montarse su propio servidor y conectarse con toda la red saltándose a la empresa matriz, de manera paralela a idear un modelo de negocio que recaude esa pasta.
La semana pasada, Cory Doctorow, creador del elocuente vocablo «enshitification» para describir el proceso por el que las plataformas digitales acaban maltratando a sus usuaries para extraer más beneficios, explicó esto en su blog: quienes están haciendo Bluesky pueden ser excelentes personas, pueden tener las mejores y más honestas intenciones, y el compromiso real de que Bluesky sea descentralizado… pero una vez que tienes a los capitalistas «de riesgo» detrás, es muy difícil que no llegue un momento en el que tengas que hacer algo desagradable para satisfacerles.
Ojalá quienes somos pesimistas nos equivoquemos. Me encantaría que con Bluesky no tuviéramos razón, que la gente que le está dedicando tiempo a construir allí sus comunidades después de la descomposición de Twitter no tenga nunca que arrepentirse. Pero todo lo que he leído en Palo Alto, y también lo que he aprendido sobre internet en los 25 años que llevo habitándolo, va en la misma dirección: desde hace más de un siglo, lo peor de la humanidad conspira desde Silicon Valley para extraer riqueza e imponer miseria a nivel global. ¿Cuándo vamos a plantarnos y tomarnos en serio el boicot preventivo a cualquier cosa que salga de allí?
Por favor, aunque sea para no arriesgarnos a tener que desayunar nunca ese asqueroso pan marca Amazon.
Agenda para lo que queda de mes
Dejó aquí tres cosas que voy a estar haciendo este mes de noviembre, por si por casualidad coincidimos.
- En Errentería, el 21 de noviembre, participo en la jornada «Komunikazio libreago baterantz trantsizioan». Programa e inscripciones aquí.
- En Alicante, el 23 de noviembre, presento Las redes son nuestras, a las 12:00, en Fahrenheit 451 Café y Libros.
- En Barcelona, el 28 de noviembre, estoy en la jornada «Desconectando desigualdades» organizada por la Fundació Ferrer i Guardia. Programa e inscripciones aquí.
US Election 2024: Silicon Valley turns towards Trump
Silicon Valley's long-standing Democrat support is fragmenting over the Trump vs Harris contest. But why are tech leaders turning to Trump?Lara Williams (Verdict)
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